martes, 30 de junio de 2009

Cierre de campaña de Proyecto Sur, jueves 25 de junio en el Obelisco.

Verde, que te quiero verde
Por Ana Casarini

El cierre de campaña apareció teñido de muchos colores. Al llegar a la plazoleta frente al Obelisco, los transeúntes encontraban a una niña de cinco años bailando espontáneamente. Enfundada en una campera fucsia y una bufanda rosa, parecía una pequeña hada bailando rock. En otro costado, muchísimas personas vestidas de negro, con las manos metidas en los bolsillos de los gordísimos sacos para apaliar el frío, esperaban de pie que ocurriera algo: que apareciera Fernando “Pino” Solanas y diera cierre a su campaña de un mes y medio. También llamaban la atención las lucecitas como luciérnagas rojas de los coches y colectivos que pasaba por allí. Ni hablar del blanco ocre del omnisciente Obelisco, el azul invernal del techo celeste y el verde de los carteles de Proyecto Sur. Oh, casualidad, un verde que los niños de primaria reconocen de “verde pino”, no por le candidato sino por el árbol, fuerte y alto, siempre dibujado con nieve encima. Faltó el blanco impoluto. Estaba planeado, pero...

En la plazoleta no había ninguna carpa blanca instalada. El plan de Proyecto Sur era colocar una a la sombra del Obelisco y a las orillas del océano de coches que navegan a toda velocidad por la avenida 9 de julio. Pero ese 25 a la mañana, bien temprano, el Gobierno de la Ciudad anunció que no podía otorgarle el permiso. Fue un escándalo. Pino Solanas habló con cuanta radio y cámara de televisión tuvo enfrente, metaforizó con verduras y frutas podridas hasta que el Gobierno cedió y otorgó el permiso. Eso dijeron los micros radiales. Pero la carpa no estaba allí.
Una pena, hubiese servido de cobijo en medio del terrible frío. El calor lo crearon los jóvenes. En la plazoleta, inundada por los sonidos de la radio abierta (la voz de un locutor sin título, rock argentino con canciones temáticas, tangos, murgas), vendían los documentales de Pino Solanas (1 X $12, 2 X $20, 3 X $30), comunicaban que los candidatos estaban allí para hablar con quien quisiera hacerles alguna pregunta y, además, entregaban gratuitamente boletas electorales (qué curioso, en el piso había todo tipo de panfletos y papeles que la gente desechó, pero no había boletas).
Cuando subió al escenario el candidato y líder, rodeado por Fabio Basteiro, Delia Bisutti, Claudio Lozano y Eduardo Macaluse, aseguró que el “segundo lugar” era de ellos y que a Proyecto Sur le interesa votar las leyes que convengan al país, independientemente de quién las proponga, por lo que apoyarán “todas las iniciativas que sean un avance, vengan del oficialismo o de la oposición un beneficio para la Nación, para la democracia y para su pueblo, vengan del Gobierno o de la oposición, sin mezquindad alguna”. También arremetió contra el macrismo (ese “heredero del menemismo”), criticando el sistema de salud y calidad educativa de la Ciudad de Buenos Aires. Tampoco pudo evitar responder a las declaraciones de Elisa Carrió, que días atrás comentó que Pino Solanas había pasado en París la crisis del 2001. “Hace 20 años, desde el llano, yo empecé a oponerme a las privatizaciones y en especial la de YPF. Siempre defendí, en la Cámara de Diputados, el tema petrolero y energético. Habría que recordarle a la doctora Carrió, que en el 2007 llevó de senadora a la hija de José Estenssoro, María Eugenia, que sigue defendiendo las ideas de su padre, que fue el descuartizador de YPF al inicio de la gestión Menem”.
Y agregó que los resultados del domingo, “pueden ayudar a poner en caja esa enemiga grande de la política argentina que es la soberbia”. Pino Solanas parecía feliz, satisfecho. Como repitió varias veces durante la semana, “hicimos todo a pulmón, sin recursos, y ahora las encuestas nos posicionan segundos, estamos muy satisfechos con este resultado”.
Luego bajó, en medio de aplausos de la gente que llenaba la plazoleta y les ruido aparatoso y alegre de los jóvenes de Proyecto Sur, que –como a todo líder que se precie- parecen idolatrarlo.
Entonces, una señora de unos 68 años se hizo con varias boletas que le dio un muchacho encargado de repartirlas para prevenir un posible fraude en las urnas (el rumor inunda Buenos Aires). “Dame unas cuantas – le dijo alargando el brazo -así le doy a mi familia y a mis amigas. Ojalá ganen, yo lo voy a votar.”

En ese pequeño islote en medio del océano de la avenida 9 de julio, seguía sonando la música en medio de la oscuridad de la noche, del frío y de las luciérnagas eléctricas de múltiples colores que, como peces en una cascada, lo inundaban todo.


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